domingo, 11 de octubre de 2009

El minuto de Pablo Fortunato: El orgasmo fue un golazo


La que se presentaba como una fecha decisiva por las Eliminatorias no tuvo la convocatoria esperada. A las 7:30 de la mañana del viernes había sólo mil personas haciendo cola para comprar la entrada del día siguiente. El partido entre Argentina y Perú estaba devaluado. El mal momento de la Selección enajenó toda identidad que el público tuvo en los inicios de la llegada de Maradona al frente del equipo.

Argentina tenía que salir a ganar. No importaba que a pesar de que Uruguay triunfase en Quito –de hecho lo hizo por 2 a 1- podía jugarse todas las fichas a ganarle en Montevideo en la última fecha. La actitud en el inicio del partido fue la misma que viene mostrando, y su continuación también. El equipo capitaneado por Javier Mascherano arrancó con un fervor de tiki tiki que pudo compararse, al menos en los primeros 5 minutos, con el Huracán de Ángel Cappa del torneo pasado o con la legendaria Naranja Mecánica holandesa.

Y las cosas volvieron a la habitualidad. Pablo Aimar y Lionel Messi mostraron una pequeña pero efectiva sociedad en el primer tiempo –en el segundo se desarticuló totalmente-, pero los encargados de la creación no lograban dar el último toque. Los intentos de Jonás Gutiérrez y Enzo Pérez se perdían en nebulosas. Emiliano Insúa aportó en el avance junto a Ángel Di María, pero tampoco consiguieron una profundidad que lastimase.

Por el lado del arquero y los defensores, en el primer tiempo casi no tuvieron intervención. En el segundo, se mostraron algunas falencias defensivas –el eterno problema del combinado de Maradona- ante los ataques peruanos, más que nada por parte de Rolando Schiavi.

En el minuto 2 del segundo tiempo llegó la alegría. El Pipita quedó mano a mano con el arquero Leao Butrón y facturó el primer gol del partido con un derechazo cruzado. Festejos y júbilos en un Monumental colmado de alegría por el pequeño paso que acercaba más la participación de Argentina en el Mundial –mejor dicho, que facilitaba la participación en el repechaje-.

Perú tenía ausencias. Vale destacar la de Paolo Guerrero. Pero no importaba. No jugaba por nada. Desde lo más hondo del arrecife de la tabla de posiciones sólo aspiraba a no quedar último, en la batalla con Bolivia. Sin embargo quiso amargarle la tarde a los argentinos.

En el transcurso del segundo tiempo, las nubes que flotaban sobre el estadio de River comenzaron a pincharse. Las gotas comenzaron a mojar tímidamente la cancha y las tribunas, para luego convertirse en una lluvia torrencial que no hizo más que aligerar el terreno de juego –que de por sí ya había sido regado antes del partido “a pedido de los jugadores”- y dar un ambiente distinto.

Parecía no importar el mal tiempo cuando el reloj del árbitro y de los millones de argentinos que querían que termine el partido indicaba el minuto 45 del segundo tiempo y Argentina se imponía 1 a 0. Hasta que las visitas no deseadas llegaron. Tarde pero lo hicieron. Hernán Rengifo fue el responsable de marcar la iguladad. La gente en las tribunas no podía creerlo. Era una verdadera catástrofe. Y la lluvia contextualizaba la tragedia.

Maradona estalló de furia con una patada al aire. No era para menos. El cuarto árbitro había alzado el cartel anunciando dos míseros minutos que difícilmente alcanzasen para avanzar sobre terreno peruano y, más aún, convertir el gol.

Fue una jugada, una sola. Una construcción que comenzó con el estruendo de un trueno en el último minuto del partido -47-. Desde el borde diagonal izquierdo del área peruana cayó un centro que un remate al arco y el desvío de un defensor le sirvió el balón en bandeja al 9 para que apareciera y sentenciara el 2 a 1 final que alegrara a todo un Monumental que festejaría jubilosamente. Éste fue el grito que desembocó en la euforia: ¡MARTÍN!

Por Pablo Fortunato

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